Algo tan simple y estratégico como lo que señala la OMS, y contundentes evidencias como las citadas, que se suman a muchas otras como las investigaciones de la Universidad de Hong Kong en 2007, o sea, muy cerca del foco potencial, parecen no tener suficiente impacto en la gestión del Estado y de los organismos internacionales. Vemos por estos días, que se reacciona de manera radicalmente diferente en distintos países y regiones, frente a una pandemia de grandes consecuencias sanitarias y económicas, incluso culturales, de alcance global. En algunos países, se reacciona por sorpresa con escasos mecanismos de anticipación y preparación de escenarios adversos, con medidas improvisadas, sin stock suficientes de suministros sanitarios básicos, idas y venidas de control, estadísticas a lo menos cuestionables, y mensajes confusos y contradictorios a la comunidad. En cambio, en otros países, con mayor tradición de preparación ante eventos inesperados, con suficiente reserva de suministros, con protocolos y medidas de prevención efectivas, aplicación de tecnologías de futuro (big data, inteligencia artificial, impresión 3D…) y comunicación coherente y orientada, los resultados son claramente distintos. Y tanto en el caso de la Unión Europea, de América Latina y a nivel global, hay posiciones encontradas ante crisis que son, precisamente, las que ponen a prueba la solidez de la coordinación de respuestas globales frente a desafíos globales, siguiendo los principios elementales de cooperación y solidaridad. Muchas voces se han levantado en los últimos días llamando a la comunidad internacional a coordinarse ahora y en adelante, porque ningún país o región se salvará sola de esta y futuras crisis. El más reciente artículo de Henry Kissinger, o los editoriales del Financial Times, del World Street Journal, del Secretario General de la ONU, de la OEA, las declaraciones de los centros de estudios prospectivos, la OMC, la OMS, etc. van todos en esta misma dirección.
Con toda seguridad esta emergencia pasará, lamentablemente más tarde que temprano, pero habrá una secuela de sufrimiento que era evitable, y repercusiones económicas, laborales, financieras, y existenciales de largo plazo, superiores a las que corresponderían si hubiésemos estado preparados, haciendo caso a tantas señales y tantas advertencias de organismos especializados y entendidos en prospectiva estratégica. Es probable que ahora, al calor de la crisis, se produzca un interés mayor, políticamente correcto, por tener en los gobiernos, en los parlamentos y en los organismos internacionales, unidades de prospectiva para anticipar escenarios adversos, y eso estará muy bien. El problema estará en que, si a las existentes no se les ha hecho caso, y se han ignorado sus pronósticos, cambiar esa mirada cortoplacista en la gobernanza requerirá de una genuina voluntad de no ignorar el futuro.
Héctor Casanueva es profesor e investigador en Historia y Prospectiva de la Universidad de Alcalá de Henares, director del Consejo Chileno de Prospectiva y Estrategia y ex embajador de Chile.
*Esta columna fue escrita junto a Ibon Zugasti, director del Instituto Europeo de Prospectiva y Estrategia (Prospektiker), co-director de la Red Iberoamericana de Prospectiva (RIBER) y miembro del Consejo de Dirección del Proyecto Millennium.