No lo imaginábamos. Nadie. Y aún nos parece una pesadilla de la que vamos a despertar con el alba. Claro que se acabará, algún día. Cuanto más ayudemos todos, antes se acabará. Esto incluye a todos los que aprovechan indecentemente la tragedia para aventajar sus intereses. Aparquemos nuestras diferencias aunque luego arreglemos cuentas.

Nunca habíamos afrontado una amenaza de esta índole, ni siquiera con la gripe de 1918, porque la globalización y el entreverado de economías, culturas y personas repercuten en tiempo real en cualquier barbaridad que hagamos en cualquier punto del planeta, tales como los mercados de especies salvajes. Humanos depredadores, preveníos de vosotros mismos. Ni nuestro extraordinario avance científico y tecnológico nos puede proteger de nuestra inmensa estupidez. Por eso si sobrevivimos, no volveremos a lo mismo. O si volviéramos, recurriría la pandemia, esta o las próximas, hasta que hagamos un reset de lo que éramos.

 Sólo hay futuro en una reencarnación colectiva de nuestra especie; se habla de cambio de paradigma

Sólo hay futuro en una reencarnación colectiva de nuestra especie. Esto no tiene que ver con el trasnochado debate ideológico entre capitalismo o socialismo, porque anda que el socialismo realmente existente también se lució. Se habla de cambio de paradigma. Y algo hay de eso. Por ejemplo, esta pandemia debería haber dejado claro que la sanidad, incluyendo obviamente la higiene pública y la salud preventiva, es nuestra infraestructura de vida. Y que no podremos vivir permanentemente del heroísmo de sanitarios que enferman masivamente por falta de equipamiento. Habrá que invertir prioritariamente en sanidad publica porque la privada sirve para lo que sirve, pero cuando hay emergencia tiene que ser absorbida por la pública. Esta inversión es cuantitativa y cualitativa, en material, en equipamiento hospitalario, en atención primaria, en educación del conjunto de la población, en investigación, en remuneración de los sanitarios y en formación de médicos, enfermeros y sanitarios en general, con universidades y escuelas reforzadas y mejor dotadas para que puedan acoger muchas más vocaciones de servicio.

Ahora se pone en evidencia, más allá del sistema sanitario, la necesaria prioridad de lo público en la organización de la economía y la sociedad. Que no es estatización, porque cada fórmula de defensa del interés público debe adaptarse a las características de cada sociedad. De la misma forma en que la Gran Depresión y la II Guerra Mundial exigieron romper con el fundamentalismo del mer­cado para proteger derechos sociales y la vida en general, aun conservando el dinamismo del mercado para aquello en lo que es útil. De la misma manera se hace necesaria una revitalización del sector público acompañada de una reforma que lo desburocratice y despolitice.

Por ejemplo, se ha podido constatar la hipocresía social e institucional del respeto a los viejos, a quienes se deja en situación de extrema precariedad cuando las familias no pueden ocuparse de ellos. En parte por la privatización de las residencias, que muestra que la lógica de ganancia no se adecua a un cuidado costoso en personal y equipamiento. Pero también en la asistencia pública residencial porque los recortes presupuestarios y la negligencia de muchas instituciones han abandonado a su suerte a nuestros viejos, como demuestra el altísimo porcentaje de defunciones registradas en esos auténticos campos de muerte durante la pandemia. Sólo una intervención pública masiva, no únicamente en gasto, sino en gestión, puede evitar que esto se repita.

De inmediato se argumenta que cómo se paga. Es evidente que con nueva fiscalidad y aumento de la productividad, no hay otra. Lo cual no quiere decir más impuestos para la gente, sino obtener recursos de allá donde está concentrado el 75% de la riqueza mundial, a saber, los mercados financieros globales y las grandes multinacionales evasoras legales de impuestos precisamente por su movilidad fiscal y su manejo de los entramados legales. Planteando además el incremento de la productividad, que pasa por recursos humanos (o sea, sector público), ciencia (o sea, sector público), infraestructura tecnológica (conexión público-privado) y transformación empresarial mediante la aplicación de nuevo conocimiento y tecnología a la gestión de las empresas. Adentrándose también en el complejo terreno de la productividad y eficiencia del sector público, desde la administración hasta la educación.

Sin embargo, el reset más profundo es el que está teniendo lugar en nuestras mentes y en nuestras vidas. Es el darnos cuenta de la fragilidad de todo lo que dábamos por descontado, de la importancia de los afectos, del recurso a la solidaridad, de la importancia del abrazo, que nadie nos va a quitar, porque más vale morir abrazados que vivir acoquinados. Es el sentir de que el dispendio consumista en el que hemos malgastado recursos no es necesario, porque unas tapas en una terraza entre amigas no necesita mucho más. ¿Saben que los escandalosos traspasos multimillonarios del fútbol se han terminado? Y los Messi del mundo no por eso van a dejar de jugar, porque lo llevan en la sangre.

El reset necesario es un portal a otra forma de vivir, otra cultura, otra economía. Mejor lo valoramos porque la alternativa es la ­nostalgia masoquista de un mundo que se fue para no volver. La vida sigue, pero otra vida. Depende de nosotros que la hagamos maravillosa.